sábado, 26 de mayo de 2012

En Santiago, así como en Rengo

Cuando siento la urgencia de andar
por la calle sin darme a destino,
hasta el aire de esta ciudad
me da nueva energía y bríos.

Lo que veo, lo que oigo, o siento,
excitada una vez mi atención,
es un mundo, que vario e inmenso
sobrepasa a la imaginación.

Hoja grande, cual nalca, cobriza,
que caída de lo alto del árbol,
la necrópolis lleva a la vista
de los que alguna vez la habitaron.

Cientos más de estas caen sin pausa,
la curiosa visión conformando,
como luto de la exuberancia
que en Septiembre empezó su reinado.

Mariposa, de blanco cubierta,
demorando su eterna caída:
ella está para que otros la vean
y la admiren por serles tan linda.

Y a la niña, que en mes caluroso
tan exigua miré de vestidos,
el rubor la traiciona, y sus ojos,
del calor que aún lleva consigo.

Tal sucede en Santiago, y aún
cada otoño que aquí he residido.
Pero ve más al norte, o al sur,
y verás siempre casi lo mismo.

Por ejemplo, ve a Rengo este finde
y camina a través de sus predios,
do la tierra duraznos concibe
o do puedas hallar el silencio.

O un estero, fluyendo de un cerro,
que contrario a caer no se muestra.
Si caer es su ser por entero
tal como a los ojos demuestra.

Velo, velo fluir sin reposo,
agitado y cambiante este estero,
despidiendo reflejos de oro
bajo el puente de donde lo veo.

Donde advierto a futuros expreso
una simple expresión de añoranza
que, presente por sobre el cemento,
la tan áspera forma engalana.

Muchos he visto de estos escolios
decorando los postes y casas,
la del Conde Mateo de Toro
inclusive, por sobre la placa.

Me sonrío con el pensamiento
que, movidos de ardor juvenil,
han creado de sí un monumento
que ni el tiempo podrá derruir.

Si su amor fondeará en descendencia,
trascendiendo a objetos creados,
suscitados por la conveniencia
y la mera invención del humano.

Estas cosas me dijo mi alma,
en Santiago, así como en Rengo.
Y acordándome de la muchacha,
volver quise a las calles de nuevo.

(Mayo de 2012)

© Felipe Serra