martes, 1 de febrero de 2011

El Anacoreta

Sin dejar en su eremitismo
De creer en la bella gente
En sus coloquios él presente
Se vuelve apóstata ahí mismo.
Sin odio rechaza la vida
En multitudinario exhausto,
La tierna existencia sin fausto
La cree más a su medida.

No cambiaría, en efecto,
La apacible vida estoica,
Ya que es en lazo perfecto
Una con su avenida lógica;
Dulce llamado del asceta,
Que aunque elegido no sea
De la turbulenta ralea,
Sin pena alguna la deserta.

Porque no es libre el hombre
Si no posee la paz en sí,
Aunque no sepa ciertas dichas
Saborea otro frenesí.

Mas le priva su inclinación,
Sin duda alguna, de cierto empleo -
Disgusto mayor, en verdad,
Si fealdad no es su defecto.

Porque solo amar no puede,
No se le presentan en su retiro
Los goces de la juventud,
Su delicia, su dulce delirio.

Pasa sus días con Dios,
Y aunque se vea siempre con Él,
Tristes son a veces sus días
Sin la amada que se acoja a él.

Agosto de 2010

© Wilhelmus Blaranzita

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